Habrá pocas cosas que den más miedo que hablar en público.
Si, en un grupo cualquiera, pides a una persona al azar que explique algo al resto, el resultado es totalmente esperable.
Da igual si es una familia, un grupo de amigos o, peor, compañeros de trabajo.
En el momento preciso en el que le pidas a alguien que tome la palabra y arme una explicación le entrará el pánico.
Es una escena que todos hemos vivido y visto mil veces.
Seguro, seguro, que la persona se negará, se pondrá nerviosa, dirá que eso no es lo suyo, que mejor lo explique otro o que antes preferiría dejarse cortar un dedo.
Lo que sea con tal de no hablar en público.
Y es que da miedo mostrarse ante los demás y enseñar nuestra peor vulnerabilidad.
Pasa en cualquier ambiente, pero en el entorno profesional es todavía más exagerado.
Aparecen de golpe las excusas y los miedos.
Miedo a equivocarse, miedo al error.
Miedo a ponerse en evidencia, a mostrar las opiniones propias.
Miedo a que el grupo no te acepte, a que te dejen al margen.
Miedo, miedo, miedo.
Y pensamos que será imposible hacerlo perfecto.
Que seguro se nos olvida algo, que seguro nos dejaremos argumentos por el camino.
Pero, ¿sabes qué? Todo eso solo está en tu cabeza, en la de nadie más.
Cuando nos encargan una charla o simplemente debemos hacer una presentación tendemos a pensar en lo peor. En lo catastrófico.
Que no vamos a conseguir recordar todo lo que hay que decir, que es imposible memorizar todo.
Que te vas a quedar en blanco, haciendo un ridículo espantoso.
Que tendrás que revisar tus notas en medio del hazmerreír de tus compañeros.
Pero, oye, como dicen los ingleses shit happens.
Un ejemplo entre mil.
Casi seguro que conoces la mítica charla de Simon Sinek en la que explica su teoría acerca del Círculo de Oro.
Esa charla acumula decenas de millones de visualizaciones. Encumbró a Simon Sinek al cielo de los escritores y conferenciantes.
Bien, pues repásala y fíjate ahora en el minuto 5:05.
Justo en mitad de su explicación alguien tuvo que subir al escenario porque no se le escuchaba desde el auditorio.
A Simon Sinek, el mito, también se le estropean los micros.
Nosotros hemos visto con nuestros propios ojos parar charlas TED porque el orador estaba demasiado nervioso. O porque el streaming se paró de repente. O porque los micros hicieron un Simon Sinek. O porque el proyector decidió morir en directo.
Así que relájate, porque la perfección está sobrevalorada.
Es más, el error existe y aparecerá. La clave es qué haces tú con él.
Verás, nadie sabe mejor que tú qué es eso tan importante que debes explicar.
De manera que lo más probable es que no tengas ningún problema para recordar lo que has venido a contar.
De hecho lo más habitual es que si no has ensayado lo suficiente te acabe faltando tiempo.
Porque, por cierto. ¿Qué es lo peor que puede pasar si pierdes el hilo?
Si le echas naturalidad, nada. Absolutamente nada.
Mostrarle a tu audiencia que eres de carne y hueso de hecho puede jugar a tu favor.
Con esto no queremos decir que no debas preparar y ensayar la charla, al contrario.
Cuanto más ensayo hagas, mucho menos probable es que te quedes en blanco.
Pero si llega a suceder es tan sencillo como pararse unos segundos, recapitular y retomar tu explicación.
¿Que se te olvida una pequeña parte, alguna frase, de lo que ibas a decir?
Nadie, absolutamente nadie, se va a dar cuenta, así que sigue adelante y punto.
Le ha sucedido y seguirá sucediendo a los mejores profesionales de este planeta, así que no te des tanta importancia, a ti también te va a pasar.
La diferencia está en cómo vas a reaccionar en cuanto pase.
Haznos caso, llegado el momento, lo mejor es actuar con naturalidad.
Respirar hondo, sonreír y seguir adelante.
Nadie más que tú tiene tu voz única, ese mensaje que sólo tú puedes dar.
Así que la próxima vez que te pidan hablar en público supera tus miedos, da un paso adelante y como dice Amy Cuddy “fake it till you make it”. Finge hasta que lo consigas.
La charla recomendada
Hoy te recomendamos esta charla de Meghan Washington.
Verás, ella es tartamuda. Tiene pánico escénico. Se muestra vulnerable. Mira sus notas… y al final recibe una gran ovación con el público en pie. ¿Por qué?
Precisamente por eso, por la generosidad y la valentía que ha tenido.